
El suelo abrió su boca de tierra, un enrejado de palabras húmedas retuvo las voces de la fauna suterránea, como si el eco de abajo colgara en pétalos aciculares y brillantes, como si un mundo se viera reflejado en el otro.
El suelo abrió su boca de tierra, un enrejado de palabras húmedas retuvo las voces de la fauna suterránea, como si el eco de abajo colgara en pétalos aciculares y brillantes, como si un mundo se viera reflejado en el otro.
Sus palabras resbalaron hacia adentro, fecundas; las bocas cerradas, un imperceptible balanceo del viento.
Y en esa oscuridad sonora, la lenta transformación de las letras, como si fueran el origen de un vocablo nuevo.
El tiempo se resquebrajaba sobre la superficie, las líneas por encima de un tallo seco y una melodía sutil resonando en las últimas notas de su piel desnuda, como si intentara un punto de partida.
Me introduje en aquel silencio blando. Una lluvia de polen bañó mis pensamientos arrojándolos sobre los pétalos, como si fueran ondas que viajaban para alojarse en los bordes, como si fueran bordes del mismo silencio.
El tiempo corría. Los minutos, derretidos en aquella savia fresca, atravesaban los vasos y se ramificaban delante de mis ojos. Sin embargo, todo estaba quieto en un punto, como si la hora que los contenía se hubiera quedado muda en la transparencia del tiempo.